Dos historias solidarias para recordar la fundación del Opus Dei

En este aniversario, compartimos dos testimonios, entre los muchos y muy distintos que podrían contarse, que conectan la vocación en la Obra con el servicio solidario. Vicky Lanús, en La Plata, y Natalia Giacani, en Córdoba, cuentan cómo viven la solidaridad con los más próximos y cómo los centros del Opus Dei canalizan esas ganas de ayudar que hay en el corazón de tantos y tantas jóvenes.

El 2 de octubre de 1928, Josemaría Escrivá hacía un retiro espiritual en una casa de los padres paúles en Madrid. Después de celebrar la Santa Misa, se retiró a su habitación y comenzó a releer notas que había ido recopilando durante los últimos años: mociones de Dios, inspiraciones y propósitos de su oración.

Fue entonces cuando vio con total claridad la misión que Dios le encomendaba, aquello por lo que venía rezando desde su juventud. Usaba siempre el verbo ver para referirse a aquella inspiración divina del 2 de octubre, aquella visión intelectual del querer divino, tal como Dios lo quería y tal como debía ser a lo largo de los siglos.

¿Qué fue lo que vio? Vio a personas de toda raza y nación, de todas las culturas y mentalidades, buscando y encontrando a Dios en su vida cotidiana, en su familia, en su trabajo, en su descanso, en el círculo de sus amistades y conocidos. Personas con afán de servir a los demás y ofrecer a Dios sus ocupaciones habituales en el campo, en la fábrica o en la oficina, en todas las profesiones honradas de la tierra.

Así lo expresaba san Josemaría: “Recibí la iluminación sobre toda la Obra, mientras leía aquellos papeles. Conmovido me arrodillé -estaba solo en mi cuarto, entre plática y plática- di gracias al Señor, y recuerdo con emoción el tocar de las campanas de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles”. Y continuaba: “Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio”. Hoy, 85 años después de aquel 2 de octubre, el Opus Dei realiza un servicio estable en 68 países y cuenta con más de 90.000 miembros, entre sacerdotes y laicos.

Más allá de datos y consideraciones generales, recordamos este aniversario a través de las historias de Victoria y de Natalia, que sintieron el llamado de Dios al Opus Dei, como concreción de su vocación cristiana de servir a todas las personas.

Vicky Lanús: “Unir fuerzas para llegar más y mejor a los necesitados”

Una juguetería a 4 cuadras de la residencia

Me llamo Victoria Lanús, soy profesora y trabajo dando clases en cursos de primaria y secundaria en un colegio de La Plata. Soy de Buenos Aires pero, en septiembre de 2011, vine a vivir al CECU (Centro de Extensión Cultural Universitaria), una residencia universitaria donde viven chicas del interior de Argentina y otros países de América. Además de ofrecer un alojamiento cómodo y agradable que favorece el estudio de la carrera, en el CECU organizamos todo tipo de actividades culturales, artísticas, deportivas, solidarias y espirituales. Las chicas que viven en la casa valoran sobre todo el calor de hogar, sentirse como en familia.

Entregando un juego de mesa y sillas a una familia que había perdido todo

Como todos saben, el 2 de abril de 2013 se produjo en nuestra ciudad una inundación de magnitudes nunca antes vistas. Gente muy cercana se vio afectada y eso nos puso en movimiento para ayudar a los que habían perdido todo, incluso a algunos de sus familiares y amigos.

Vicky con una de las familias afectadas

Trato de vivir mi vocación como entrega a Dios y a los demás, procurando llevar compresión a los que me rodean. Por tanto, lo que me -y nos- va pasando en la Residencia, se podría decir que es que una está como "en alerta" para ver qué nos va presentando Dios para ayudar al que sufre, o a los que más nos estén necesitando. Al habernos tocado vivir desde dentro esa semana de la inundación, nos pudimos hacer cargo de muchas necesidades que se les presentaron a las personas más cercanas al CECU. Y fue instantáneo y muy espontáneo el deseo de ir a ayudar y dar la posibilidad a nuestras amigas, familiares, compañeras de estudio y trabajo y conocidas, de unir fuerzas para llegar más y mejor a los afectados. Lo viví más bien como una "explosión de solidaridad" que, en el CECU, se transformó en una "ocupación". Como muchísima gente en la ciudad, después del trabajo o de la facultad cada una veía en qué podía sumarse y nos íbamos en pequeños grupos a hacer lo que hiciera falta: recoger donaciones, distribuirlas, limpiar las casas, escuchar a la gente...

Vicky mostrando la altura a la que llegó el agua, a cinco cuadras del CECU

Realmente es apasionante poder acompañar a las chicas que se acercan al CECU en el camino de aprender a ayudar al prójimo, de descubrir qué pueden aportar y qué pueden aprender. Además, se dan cuenta de que es el mejor remedio para ir dejando de lado los propios problemas y descubren que el servicio vale la pena. Descubren la alegría que hay en poner mi tiempo, mis cosas, mi ánimo, mi alegría, mi esfuerzo, a disposición de otro que lo necesita más. Esta experiencia las ayuda a conectar con nuevos horizontes, que después muchas buscan expandir en sus propias ciudades. Hoy seguimos en contacto con algunas familias que fueron especialmente afectadas, pero nos gustaría poder acompañarlas todavía más. De todos modos, nos da mucha alegría ver cómo se han multiplicado los brazos en las actividades de voluntariado social que hacemos todos los sábados... ¡Ojalá dejen huella para toda la vida!

Nati Giacani: “Servir para hacer felices a los demás”

Soy Natalia Giacani, licenciada en Comunicación y profesora de teatro. Soy de Mendoza, pero vivo en Córdoba desde hace tres años. Trabajo como editora de la revista VIDA del Hospital Universitario Austral y en el colegio El Torreón como profesora y coordinadora del Departamento de Acción Social.

Este año tuve la suerte de viajar a Río de Janeiro para participar de la JMJ coordinando a un grupo de 50 chicas, organizado por dos centros del Opus Dei de Córdoba: Martel y El Solar. Asistieron adolescentes de los últimos años del colegio y universitarias.

Nati (abajo derecha) con los ancianos de la casa Convivio en Brasil

Las ceremonias de la Jornada, la cercanía con el Papa Francisco, la convivencia y el intercambio con personas de tantos países y culturas fueron realmente inolvidables. El Papa Francisco pidió a los jóvenes que acogiéramos a los ancianos para escucharlos y compartir su sabiduría de vida. Y esto es lo que habíamos tratado de hacer desde antes de partir a Río de Janeiro: visitamos asilos para pedir a los ancianos que fueran voluntarios con su oración por la JMJ. Fue emocionante sentirnos acompañadas por la oración de estos viejitos que a su vez se sentían muy útiles por poder ayudar en algo.

Parte del grupo de cordobesas con los ancianos

Ya en Brasil, en la ciudad de Niterói, tuvimos la gran alegría de vivir un intercambio con abuelos y abuelas de la casa Convivio. Todos tenían más de 75 años, todos fueron voluntarios de la JMJ rezando por cada joven que participó de ese gran evento de la fe: todos nos enseñaron a servir y darse a los demás.

Voluntarios de la JMJ, jóvenes y ancianos

Y esta es la idea que tengo en el fondo del corazón desde que soy del Opus Dei: servir con alegría a los demás. E intento hacerlo al emprender proyectos solidarios: desde la catequesis en la villa a la que voy con mis alumnas, hasta los días de trabajo voluntario en zonas muy necesitadas.

Y quiero, sobre todo, tener en mi día a día ese norte: servir para hacer felices a los demás. Ojalá pueda ser realidad.