"Hay que dar hasta que duela... el corazón"

María Verónica Gambaccini tiene 31 años, vive en Ciudadela, provincia de Buenos Aires, y es Diseñadora de Indumentaria. Desde los 15 participa en actividades de voluntariado social en diferentes ciudades de su país, y afirma que estas experiencias fueron claves para decidirse a entregarse a Dios hace 11 años, como Agregada del Opus Dei. Su historia en primera persona.

Vero Gambaccini con una de las chicas de Chaco.

50 grados a la sombra; 108 mujeres de entre 16 y 35 años, provenientes de cuatro provincias de Argentina (Tucumán, Córdoba, Chaco y Buenos Aires); una chilena; nueve días; seis equipos; un lugar en el mundo y más de 1.000.000 de ganas de ayudar a los demás. Estos son algunos de los números de una experiencia inolvidable. Así empieza esta historia. Bienvenidos a #Chaco2015. Verónica Gambaccini.

La Madre Teresa de Calcuta decía que "hay que dar hasta que duela". Lo que no queda claro quizás es si lo que tiene que doler es el cuerpo o el corazón. En Chaco dolían ambas cosas. Por las mañanas visitábamos a las familias que nos dejaban entrar a su realidad; no digo "entrar a sus casas", porque a veces eran tan pequeñas que todos no entrábamos. Nos dividíamos en grupos de cuatro personas para hacer esta linda tarea. El tiempo se pasaba entre mate o tereré, entre historias tristes de violencia familiar o ejemplos de grandiosidad. Ahí dolía el corazón. Y te dabas cuenta de que aprendías mucho y de que tener un título universitario no proporcionaba la sabiduría que muchas de estas personas quizá analfabetas tenían.

Como éramos muchas voluntarias, nos dividimos en seis equipos para poder llegar a visitar a todo el pueblo. Teníamos que caminar bajo el sol, un sol al que la mayoría de nosotras no estábamos acostumbradas. Hicimos dedo y la gente del barrio, que nos conocía porque nos escuchaban en las radios locales, paraba y nos llevaba a destino. Una de las veces, un vecino generoso nos subió en la caja de su camioneta trabajadora y le sumó al favor varias botellas de gaseosa para compartir con los chicos y chicas. La alegría fue superior.

Cocinábamos y limpiábamos los lugares donde vivíamos: una escuela y un pequeño hogar. Descansábamos en bolsas de dormir. En estas condiciones a alguna le dolió el cuerpo; el sol, en parte, nos traicionó. Pero todo se arreglaba con mucha agua y un sombrero. ¿Estábamos cansadas? Sí. ¿Estábamos contentas? Sí. Es que el amor cansa, el amor implica esa actitud de salir de uno mismo. Nos cansamos cuando amamos, pero es en ese cansancio en donde se encuentra la grandeza de una vida.

Me gustaría contar ahora una de las tantas experiencias que vivimos esos días. Ella tenía ocho años y su hermanito, uno y medio. Esa tarde habían venido a jugar... Por nuestra parte, después de visitar a las familias volvíamos a nuestras "casas" para comer y compartir las experiencias de la mañana. Descanso de por medio, a la tarde salíamos a los barrios de nuevo para jugar con los chicos y realizar talleres y actividades con toda la gente que quisiera participar. Ese día, ella y su hermanito habían venido a jugar. El chiquitín, que no tenía pañal porque su mamá no se lo podía comprar, se hizo caca a la vista de todos y solo atinaba a gritar "mamá" en medio de sus sollozos. Su hermana quería seguir jugando y después de contarme que no le gustaba cambiar los pañales porque le daba ganas de vomitar, me preguntó si la podíamos ayudar. Otra de las actividades que estábamos haciendo en ese momento era una feria de ropa. Yo sabía que entre las cosas que nos habían donado había pañales y ropa para chicos. Buscamos una bolsa para poner la ropita que se había ensuciado y conmovía ver como la hermana mayor la guardaba con cuidado. Con ayuda de Belén, una de las voluntarias que estaba en mi equipo, casi que bañamos al pequeñín. Fue un momento raramente mágico. El pañal le quedaba chico, pero el enterito de jean que conseguimos le quedaba divino. "Hay que dar hasta que duela"... Esta vez dolió de nuevo el corazón…

Uno de los lugares donde dormíamos se llamaba "Casa del Sol" y Keti me contó la historia de cómo surgió. Hacía unos años un matrimonio tenía que llevar a operar a su hijito a Buenos Aires. No recuerdo exactamente qué enfermedad sufría, pero era de gravedad, y la familia no contaba con dinero suficiente para viajar. Todos en el pueblo ayudaron y se juntó lo necesario. Pero antes de viajar, este angelito que estaba enfermo se les fue al Cielo. Entonces los padres decidieron que esa suma se quedara en el lugar y la donaron para construir el pequeño hogar. Un gesto heroico en medio de tanto dolor. Keti empezó a llevar a sus hijos a desayunar o almorzar, y después de un tiempo ya se quedó a trabajar. Ella fue también un apoyo incondicional durante los días que pasamos en Chaco. Nos ayudaba a cocinar y, siempre con un mate y una garra impresionante, nos esperaba.

Otro problema con el que nos enfrentamos fue la falta de agua potable. El arsénico constituye un componente del agua subterránea que resulta tóxico para la salud humana. Entre sus efectos se destacan lesiones y cáncer de piel, entre otros. En la Argentina, si bien hay varias regiones que enfrentan esta situación, la zona más afectada es la llanura chaco-pampeana. Y General Pinedo pertenece a esa región. Las voluntarias teníamos la posibilidad de tomar agua potable en bidones que nos traían todos los días. Pero la mayoría de la población no podía acceder a esto. Por eso, uno de los talleres que preparó un grupo de chicas de Córdoba fue sobre cómo purificar el agua en casa. Fue una clase teórico-práctica de mucha utilidad, a la que no solo asistieron adultos, sino también chicos de nueve y diez años. Otro de los talleres que preparó Vicky (voluntaria estudiante de enfermería) fue sobre la familia. Era muy sencillo: sólo tenían que decir palabras que para ellas reflejaran lo que es ser familia; con ayuda de Vicky fueron saliendo: respeto, confianza, amor, generosidad, unión… Después las volcamos en una cartulina, pintando de diferentes colores cada palabra. El taller fue todo un éxito. No les íbamos a solucionar las vidas, pero hablar las cosas y sentir que alguien te quiere ayudar es siempre un buen comienzo. También realizamos un taller sobre cómo hacer una huerta, otro sobre higiene bucal, pintamos una capilla y cerramos la semana entre payasos, caramelos, piñatas y sorteos.

A medida que pasaban los días iban surgiendo nuevas amistades y la convivencia con gente diferente nos enriquecía sin darnos cuenta. Éramos de diferentes edades, diferentes ciudades y hasta de diferentes costumbres, diría Ceci, la valiente chilena que se aventuró con nosotras. "Todo lo que se hace por amor adquiere hermosura y se engrandece", dejó escrito San Josemaría Escrivá. Y durante esos días lo comprobamos en cada pequeño detalle, en cada plato lavado con cariño, en cada queja no dicha, en cada sonrisa cuando otra estaba cansada, en ese bolso que intentaba estar ordenado, en cada lágrima de emoción no contenida, en ese taller bien preparado… y en cada momento de oración para compartir con Dios lo vivido.

Espero que este corto viaje les haya dado más ganas de ayudar a quienes tenemos cerca: !qué bien la pasamos cuando nos damos a los demás! Sé que cada una de las 108 chicas seguramente les contaría algo diferente, porque las vivencias son personales. Este es mi sencillo relato; ojalá te animes algún día a hacer el tuyo.

Impulso Social ( www.facebook.com/ImpuSocial) es una organización que quiere despertar la conciencia y el compromiso social para crear una cultura del encuentro. Y es la ONG que organizó y nos acompañó en esta aventura.