HOMILIA DE MONS. FRANCISCO POLTI POR EL DIA DE SAN JOSEMARÍA

Homilía de Mons. Francisco Polti, Obispo de Santiago del Estero, pronunciada el 26 de junio de 2007, en la Catedral Basílica “Nuestra Señora del Carmen”, Santiago del Estero, Argentina, con motivo de la festividad de San Josemaría Escrivá.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

Nos reunimos hoy en esta Iglesia Catedral de Santiago del Estero, para celebrar la Eucaristía, la fracción del pan, y recordar la figura e invocar la intercesión de San Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote, fundador del Opus Dei.

El Prefacio de los santos nos recuerda el papel que juegan estos hombres, que han vivido heroicamente las virtudes humanas, en nuestro peregrinar como hijos de Dios: “su valioso ejemplo nos anima y su bondadosa intercesión nos ayuda para hacer efectiva nuestra salvación”[1]. Sí, el ejemplo de vida y santidad constituye para la Iglesia, para cada cristiano, para cada uno de nosotros, un regalo para nuestro peregrinar terreno y, a la vez, un estímulo para nuestra lucha espiritual.

Lucas, en el Evangelio que acabamos de proclamar, nos relata la pesca milagrosa y nos muestra la obediencia de los apóstoles a las indicaciones del Señor: “por tu palabra echaré las redes”[2]. La santidad consiste en esto, ser dóciles a la voz del Señor que nos indica el camino por donde debemos andar, fiados de su palabra, que es palabra de vida eterna. Las biografías de los santos nos presentan a hombres y mujeres que, obedientes a los designios del Señor, han afrontado las pruebas de la vida.

En la Escuela de San Josemaría, ante todo, podemos aprender, -y ese es el mensaje que Dios le hizo ver y el transmitió no sólo con su predicación, sino también con su ejemplo de vida,- que Dios Padre llama a la santidad a todos los hombres y mujeres, de cualquier raza y condición social.

Ya desde 1928 se esforzó por llevar a muchos por el camino de la perfección, haciendo también él vida lo que nos recuerda el Evangelista: “sean perfectos como el Padre de ustedes es perfecto”.

La santidad grande, le gustaba repetir, está en las cosas pequeñas de cada día; asegurando que la santidad estaba al alcance de nuestras manos, y que la misma no estaba reservada para unos privilegiados.

Pero, ¿cómo podemos llegar a ser santos, amigos de Dios? -se preguntaba el Papa Benedicto XVI- A esta pregunta se puede responder ante todo de forma negativa:  para ser santos no es preciso realizar acciones y obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales. Luego viene la respuesta positiva:  es necesario, ante todo, escuchar a Jesús y seguirlo sin desalentarse ante las dificultades. "Si alguno me quiere servir -nos exhorta-, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará" (Jn 12, 26)”[3].

Los obispos del país, lo expresábamos en el Documento Navega Mar Adentro, diciendo que no se puede ser peregrino del cielo si vivimos como fugitivos aquí en la tierra; al mismo tiempo que proponíamos para todo el pueblo argentino un camino integral de santidad[4].

En nuestra vida “ordinaria”, la de todos los días, en nuestros hogares, en el trabajo, con los vecinos, conocidos, allí donde y con quienes nos encontramos, está nuestro lugar para hacernos santos. La V Conferencia del CELAM afirmaba “la santidad se desarrolla y madura cuando procuramos que la vida de Dios fecunde las actividades y preocupaciones de cada día, y cuando colaboramos para que todas las dimensiones de la vida se vean modeladas por el Evangelio de la gracia”[5].

Sí, hacernos santos, porque es llamada de Dios que implica una respuesta personal, esfuerzo por nuestra parte: poner los medios humanos y sobrenaturales que están a nuestro alcance. La santidad exige un esfuerzo constante, pero es posible a todos y es, ante todo, un don de Dios.

La santidad consiste en vivir en plenitud el mandamiento del amor y, como decía el Papa Benedicto XVI, el mandamiento del amor ya no es un mandamiento, sino una respuesta, ya que El, Nuestro Padre del Cielo, nos amó primero y tomó la iniciativa.

No nos conformemos con ser buenos, nosotros estamos llamados a algo más grande, nuestra vocación es la santidad. San Josemaría decía: “Los cristianos sabemos que, con la gracia del Señor, podemos y debemos santificar todas las realidades limpias de nuestra vida. No hay situación terrena, por pequeña y corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo y etapa de nuestro camina hacia el Reino de los cielos”[6]

Quería detenerme en dos realidades de nuestra vida donde se presenta el gran desafío de la santidad: el trabajo y la familia.

El cristiano que busca la santidad se esforzará por realizar un trabajo con perfección humana y ofrecido a Dios. En el trabajo cotidiano bien hecho, el hombre no sólo se perfecciona a sí mismo, sino que da gloria a Dios, su Padre y Creador, y contribuye al bien común, al bien de cada persona. La santidad la buscamos realizando nuestras tareas cotidianas con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, a la vez, que tratamos de que nuestro corazón se escape hacia Dios. 

El matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social, es una vocación cristiana, es un sacramento y la base de toda familia. Los casados junto con sus hijos están llamados a santificarse en la vida familiar. Y según San Josemaría, santificar el hogar se trata de crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia, hogares luminosos y alegres, como lo fue el de la Sagrada Familia.

Pidamos hoy, muy especialmente a San Josemaría, que nos consiga del Cielo -él que predicó infatigablemente el camino de la santidad- los deseos de llevar una vida santa y la fuerza para emprender la lucha cotidiana, ante todo en nuestras familias y en el trabajo de cada jornada, propia del cristiano que sabe que está de paso por este mundo y que anhela la vida plenamente feliz en el Reino de Dios, donde sólo habitan los santos.

[1] MISAL ROMANO, Prefacio de los Santos II, “La acción de los santos”.

[2] Lc. 5, 1-11.

[3] BENEDICTOXVI, Homilía de Todos los Santos, 1-XI-2006

[4] Cfr. C.E.A., Navega Mar Adentro, 73.

[5] CELAM, Síntesis de los aportes recibidos, V Conferencia General del Episcopado, 211.s

[6] SAN JOSEMARIA ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que Pasa, 22.