“Lo que más me gusta es la escuela de los sábados”

Luciana María Vinzia es una joven abogada que vive en Rosario. Todos los sábados asiste con otras chicas a Santa Lucía, un barrio muy humilde, donde ofrecen apoyo escolar para chicos de primaria, entre otras cosas. Ella misma cuenta qué la motiva a ir a Santa Lucía.

Luciana con dos de sus alumnitas

Santa Lucía es un barrio muy humilde de la ciudad de Rosario en el que se presta labor social organizada por Cheroga, centro del Opus Dei para gente joven. Santa Lucía está rodeada de una extensa villa miseria (para el que no sepa lo que es: casas de cartón o chapa, de dos o tres metros cuadrados en donde viven en condiciones infrahumanas familias sin recursos). Se da catequesis para preparar para la Comunión y la Confirmación, apoyo escolar (se ayuda a hacer la tarea y con los problemas que puedan tener en la escuela), charlas con las madres y pequeños talleres, como por ejemplo “Un menú económico para Navidad”, con el cual las señoras quedaron muy contentas. 

¿Por qué voy a Santa Lucía? De chica había hecho trabajo social y me había gustado. Siempre me dolió ver la situación de pobreza y pensaba que algo tenía que hacer, pero nunca me decidía. Hasta que caí en la cuenta de que estar a favor de la igualdad de oportunidades y de la inclusión no ayuda a nadie si no se acompaña con actos concretos.

Así, empecé a ir al barrio y me ocupé de dar apoyo escolar porque no había nadie que lo hiciera. Al principio eran tres o cuatro nenes; ahora van entre diez y quince. Me acuerdo que cuando empecé a ir, había uno de 11 años, Eduardo, que era terrible. No lograba que hiciera nada excepto pelear e insultar a todo el mundo. Intenté ganármelo de mil maneras, pero me resultaba imposible. Una vez, se me ocurrió la idea de decirle que, como era el más grande, él se iba a ocupar de abrir y cerrar la escuela (nos prestan un aula de la escuela primaria del barrio para hacer el apoyo escolar; la catequesis es en la casita de alguna familia). Ese día se portó mucho mejor. Alentada por eso, la clase siguiente le llevé tarea distinta de los demás y le dije que lo hacía porque él era el más grande y tenía que hacer tarea más difícil. Desde ese día se produjo el milagro: se empezó a portar muy bien y el resultado se reflejó en las carpetas de la escuela, que mejoraron de una manera increíble. Un tiempo después, me enteré de la historia de Eduardo y entendí muchas cosas. Eran varios hermanos, pero no todos del mismo padre. Habían venido de la provincia del Chaco y desde ese momento Eduardo nunca había visto a su papá. Ahora vivía con la mamá y el padrastro, papá de su hermana más chiquita. Una vez Eduardo vino con algunos golpes, y la verdad es que me preocupé mucho. Al final, no hizo falta hacer nada, el padrastro amenazo a su mamá y a su hermanita con un cuchillo y terminó preso. Y a Eduardo no le pegaron nunca más…

Teniendo en cuenta el éxito con Eduardo al llevarle tarea especial, empecé a hacerlo con los demás. Tengo libros de distintos cursos y saco fotocopias. Les escribo el nombre de cada uno y a las nenas les dibujo corazones en las fotocopias, que les encanta. Quiero que se sientan importantes, que vean que para mí son especiales, mi ilusión es que por una hora a la semana no sean marginados. En esto me ayuda una tía que es maestra y madre de 5 hijos, me orienta sobre qué darles a cada uno de acuerdo a la edad. 

Las edades de los nenes van de 5 a 12 años y me cuesta mucho ocuparme de todos. Hay momentos en que la situación me desespera porque, al no poder ocuparme y dedicarme más a cada uno, hay muchos que se quedan sin aprender lo que necesitan. Nunca me voy a olvidar de lo que me dijo Agustín, de 8 años, que no sabe leer ni escribir a pesar que va a la escuela. Se negaba a escribir la palabra “papá”: “Es que mi papá se me murió, seño”.

Me gusta mucho ir, pero por momentos me cuesta. Cuando suena el despertador el sábado a las 7.30 de la mañana me quiero matar. No se me ocurre ningún pensamiento sobrenatural, lo único que pienso es: “¿quién me mandó a meterme en esto?”. Me dura un buen rato, mientras voy en el colectivo para Cheroga sigo pensando lo mismo. Se me empieza a pasar durante la Misa, y después de desayunar ya estoy con ganas de ir. Cuando llego al barrio ya estoy feliz. Vienen corriendo a abrazarme, me regalan dibujitos y me dan amor en tales cantidades que me obligan a volver al sábado próximo. 

Santa Lucía me ayuda a ser feliz, a agradecer todo lo que tengo y a poner las cosas en perspectiva. Les pregunté a las chicas que van conmigo al barrio por qué lo hacen. Clari, de 24 años: “Teniendo las comodidades que tengo y la suerte de poder estudiar, tengo la responsabilidad de dar una mano a las personas con más necesidades. Buscamos aportar un granito de arena”. Giulia, de 16 años: “No sólo enseñás, aprendés un montón”. Cintya, de 20 años: “Venir al barrio se termina convirtiendo en una necesidad. De ver que los nenes estén bien, de recibir cariño, por todo lo que te enseñan, y ver cómo van mejorando”. Loli, de 22 años: “Me gusta por más que a veces me cueste venir. Pero ese día venís igual, porque asumiste una responsabilidad, y porque sabés que los nenes te agradecen mucho. Uno a veces piensa que no tiene tiempo, pero a veces si contás el tiempo que perdés frente al televisor, lo podes usar para venir al barrio”.

Una vez tuve un premio que todavía hoy me hace sonreír. Gustavo, de 8 años, con problemas de aprendizaje, súper inquieto, que me cuesta un montón sentarlo a hacer las cosas, me dijo algo que nunca me voy a olvidar. Les estaba preguntado a todos los chicos qué era lo que más les gustaba de la escuela (haciendo referencia a su escuela habitual). Algunos me decían gimnasia, otros el recreo, otros matemáticas. Entonces, habló Gustavo: “Seño, a mí lo que más me gusta es la escuela de los sábados”.