“Tenemos que volverlo a ver”

Eleonora Hofmeister, numeraria del Opus Dei, recuerda la visita de San Josemaría a la Argentina, que fue decisiva para la conversión de su padre y el acercamiento de su madre a la Iglesia Católica.

Eleonora hoy, en Luján

“¿Vos estás loca?”, me había dicho la noche anterior mi madre cuando le propuse ir a Luján. Motivos no le faltaban, porque no sólo hacía años que no rezaba, sino que dos días atrás mi padre había fallecido y ese 11 de junio acabábamos de enterrarlo. Mi padre era de familia  luterana y, mi madre, católica no practicante.

Sorpresivamente, la mañana del 12 se levantó temprano y no dudó en acompañarme. “Yo voy con vos”, me dijo. El cambio fue abrupto sólo en apariencia, el proceso había empezado muchos años antes, precisamente en 1958, cuando conocí el Opus Dei.

“Elegir entre el Opus Dei o mi familia”, fue el planteo de mis padres cuando les conté que había decidido ser del Opus Dei. Yo había visto muy claro el llamado de Dios, así que pocas semanas más tarde estaba viviendo en una casa de la Obra. En esos años estudiaba Filosofía y Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Después me  trasladé a trabajar a la ciudad de Rosario, donde viví siete años. De allí viajé a Roma para seguir estudiando y pude conocer personalmente a San Josemaría. Siguiendo su consejo, durante esos años me mantuve en comunicación con mis padres; aunque la iniciativa no fuera de ellos, yo procuraba mostrarles mi cercanía y cariño. En 1972 regresé a la Argentina y me encontré con el primer gesto de acercamiento por parte de mis padres: me estaban esperando en el Aeropuerto de Ezeiza. Comenzó así una nueva etapa que culminaría con la venida de San Josemaría a nuestro país. 

“Vio hombres de fe”

En 1973, mi padre participó de una tarde de retiro espiritual organizado en un centro del Opus Dei. Recuerdo que junto con los temas que había predicado el sacerdote- el sacramento de la Confesión y la devoción a la Virgen María- no pudo olvidar la impresión que le causó ver a hombres rezando de rodillas, hombres de fe.

Poco a poco fue mostrando mayor interés por la Obra y esto se acentuó cuando supo que vendría el fundador a la Argentina. Inesperadamente, el 28 de mayo, pocos días antes de su llegada, tuvimos que internar a mi padre por una deficiencia cardíaca. Desde el hospital se interesó de forma desacostumbrada por los preparativos, al punto de que accedió a hacer un donativo para comprar un altar que luego consagraría  San Josemaría. “¿Cuándo llega?”; “¿cómo va la limpieza?”, me preguntaba refiriéndose a La Chacra, la casa donde viviría el fundador. durante su estadía en Buenos Aires. El interés que demostraba sorprendía dado su temperamento poco expresivo.

El momento en el que Eleonora se acercó a San Josemaría y le pidió que rezara por su padre

Recuerdo que una de las últimas cosas que me dijo fue: “Decíle a tu madre que en el cajón de la mesa de luz hay un sobre con dinero para el altar”. Puedo decir que, sin duda, fue movido por la vibración sobrenatural que en esos días encontraba en el ambiente que lo rodeaba. Mi padre decidió hacer una profesión de fe católica y recibir el sacramento de la Confesión por primera vez en su vida. Falleció en la madrugada del 10 de junio, en paz con Dios y contando con las oraciones del Fundador de la Obra, quien el día anterior, cuando pude decirle que mi padre estaba muy grave, afirmó que rezaría por él, añadiendo que le pediría a Dios que si era para bien de su alma, le diera más vida. Luego me sugirió: “Tú serena, serena”, palabras que pude transmitir a mi madre y que causaron en ella un efecto inmediato.

En Luján, para siempre

 “Tenemos que volverlo a ver”, me repetía mi madre la mañana del 12 de junio, arrastrándome por toda la Basílica de Luján. Minutos antes, de forma espontánea y después de 38 años sin rezar, había comenzado a recitar de manera entrecortada porque no las recordaba bien, las oraciones del rosario: el padrenuestro, el avemaría y el gloria. Creo que semejante reacción sólo se explica porque esa cercanía con Dios que transmitía San Josemaría a las personas que podían compartir un momento con él.

“Tenemos que volverlo a ver”. Pienso en estas palabras y me vienen a la memoria las que San Josemaría dijo aquellos días en nuestro país, cuando se acercaba su partida:  “…gracias a Santa María de Luján: porque he venido y porque me iré, pero volveré; y además, me quedaré”

Hoy puedo decir que tanto San Josemaría como mi madre, ya en el Cielo, cumplieron su deseo: Mi madre no sólo volvió a ver a San Josemaría, sino que está con él para siempre. Y él, en Luján, está definitivamente entre nosotros.