El cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, les dio la bienvenida y leyó un mensaje de Juan Pablo II. Poco después, el Santo Padre, en conexión televisiva, bendijo a los participantes desde su estudio privado.
"Deseo unirme espiritualmente a vosotros -escribe el Papa en su mensaje- y expresaros todo mi afecto: sé que estáis siempre a mi lado y que no os cansáis de rezar por mí. Os saludo y os doy las gracias de corazón".
"Elevemos juntos la mirada a Jesús Eucaristía -prosigue el mensaje-. Jesús, ¡te adoro escondido en la Hostia! En una época marcada por odios, por egoísmos, por deseos de falsas felicidades, por la decadencia de costumbres, la ausencia de figuras paternas y maternas, la inestabilidad en tantas jóvenes familias y por tantas fragilidades y dificultades que sufren tantos jóvenes, nosotros te miramos a ti, Jesús Eucaristía, con renovada esperanza. A pesar de nuestros pecados, confiamos en tu divina misericordia. El Padre celeste nos ha creado a su imagen y semejanza, de él hemos recibido el don de la vida, que cuanto más reconocemos como preciosa desde el momento de su inicio hasta la muerte, es más amenazada y manipulada".
"¡Te adoramos, Jesús Eucaristía! -exclama el Papa-. Adoramos tu cuerpo y tu sangre, entregados por nosotros, por todos, en remisión de los pecados. Mientras te adoramos, ¿cómo es posible no pensar en todo lo que tenemos que hacer para darte gloria? Ayúdanos, Jesús, a comprender que para 'hacer' algo en tu Iglesia es necesario ante todo 'ser', es decir, estar contigo en adoración, en tu dulce compañía".
Juan Pablo II pide después a todos los presentes que pongan a Jesús en el centro de sus vidas y se comprometan a ser constructores de "la civilización del amor" y que le reciban "participando con asiduidad en la santa misa dominical y, si es posible, cada día". El Papa concluye manifestando la esperanza de que nazcan numerosas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y de "que broten con generosidad vocaciones a la santidad, que es la elevada medida de la vida cristiana ordinaria, en especial, en las familias. La Iglesia y la sociedad tienen necesidad de esto hoy más que nunca".